dimarts, 5 de gener del 2010

Unas cuantas monedas nos pueden contar mucho más de lo que parece. Francia, 1789-1803

UNAS CUANTAS MONEDAS
NOS PUEDEN CONTAR
MUCHO MÁS DE LO QUE PARECE.

IDEAS SOBRE EL METAL EN FRANCIA, 1789-1803
Rafael Company i Mateo

dilluns, 21 de setembre del 2009

Una moneda nos puede contar mucho más de lo que parece. Los dos sueldos constitucionales de Luis XVI



UNA MONEDA NOS PUEDE CONTAR
MUCHO MÁS DE LO QUE PARECE.


LOS DOS SUELDOS CONSTITUCIONALES
DE LUIS XVI

Rafael Company i Mateo

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A Benedicta Chilet
(Biblioteca del Museu Valencià de la Il·lustració
i de la Modernitat, MuVIM)

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«Una moneda es el pequeño territorio
desde el que contemplar una época o un mundo»
Carlos Mas Arrondo
«Nada de lo que aparece en la moneda
se debe al azar»
José María de Francisco Olmos

«En una época en la que faltaban medios de comunicación social,
pasando de mano en mano y moviéndose en el espacio y en el tiempo [...],
las monedas representaban el medio más eficaz
a disposición de los soberanos para hacerse conocer y admirar»
Elena García Guerra

1. INTRODUCCIÓN
El año inicial de la Revolución Francesa, 1789, ha pasado a la historia del mundo occidental como el del nacimiento formal de la Edad Contemporánea: no puede negarse que los inicios y posteriores etapas de dicha revolución supusieron, primero, un inmenso aldabonazo para nuestro continente y, más tarde, una recurrente influencia para buena parte del mundo sometido a las pautas europeas de civilización.
No viene mal recordar ―antes que nada― la naturaleza del poder político en la Francia del absolutismo, uno de los objetivos de la voluntad transformadora de los revolucionarios de 1789. Aquella monarquía absoluta queda retratada en estas frases del rey Luis XV:
«El poder soberano reside exclusivamente en mi persona. Sólo a mí compete el poder legislativo, sin que exista ninguna responsabilidad al respecto por parte de otros o división alguna de ese poder. El orden público emana en su totalidad de mi persona y los derechos e intereses de la nación están ligados necesariamente a los míos y descansan sólo en mis manos» (Roger Price: Historia de Francia. Madrid: Cambridge University Press, 1998, pág. 84).
A tenor de lo leído no parece, ciertamente, que hubiese demasiada voluntad de reformas políticas en profundidad por parte de este soberano. Ni tampoco de su sucesor, Luis XVI, forzado a convocar los Estados Generales en medio de una gran crisis económica, pero incapaz de asumir sinceramente tanto la transformación de su monarquía en una de carácter constitucional, como de abrir el camino a una sociedad más igualitaria.
Al respecto del corto alcance final de las transformaciones sociales, y políticas, durante el Antiguo Régimen en los países continentales europeos (por más que, en diversos territorios, algunos de los reinados se adscribiesen al llamado Despotismo Ilustrado), vamos a retomar unas taxativas frases del historiador Josep Fontana. Queremos hacernos eco de sus opiniones cuando ―en el bicentenario de 1789― afirmaba que sólamente tras los sucesos revolucionarios en Francia, hubo un motor efectivo para reformas trascendentes [cuando éstas tuvieron lugar, habría que añadir]: el miedo de quienes detentaban el poder a perderlo de forma abrupta.
En efecto,
«Tantos «reyes filósofos», tantos ministros «ilustrados», con toda la retórica de memorias, discursos y planes de reforma que escribieron personalmente o inspiraron no sirvieron para cambiar la sociedad en ningún país. Hubo de ser el miedo a la revolución, el temor a que pudiera repetirse lo que había sucedido en Francia, lo que obligó a ir más allá, ensayando versiones «controladas» de transfromación política y social» (Josep Fontana: «Prólogo», en Jean-René Aymes (ed.): España y la Revolución Francesa. Barcelona: Crítica, 1989, p. XII).
En cualquier caso, y con anterioridad a los primeros hechos revolucionarios (la rebelión del Tercer Estado o diputados de los Estados Generales que no eran ni nobles ni clérigos, la creación de la Assemblée nationale, el célebre Juramento del Juego de Pelota, la Toma de la Bastilla el 14 de julio ―el acontecimiento más publicitado del comienzo de la Révolution―, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y la abolición de los derechos señoriales), otros pueblos europeos y americanos ya habían hecho sus propias revoluciones, y a sus propias maneras, tiempo atrás. Y los conceptos y valores enaltecidos en las mismas, sí bien no habían provocado el terremoto socioeconómico que produjo la Revolución Francesa (con su particular «vía rápida» a la modernización capitalista burguesa), sí habían tenido un importante papel en algunos países de Occidente en dos sentidos: el primero, en la afirmación de derechos respecto al ejercicio de la religión; el segundo, en la conformación de regímenes parlamentarios donde las decisiones políticas no fueran un campo acotado de la única voluntad del monarca.
Volvamos a 1789, a la revolución que (a cuestas del bagaje teórico proporcionado por una pléyade diversa de philosophes y activistas de la Ilustración en Francia) iba a transformar la nación más culta, poblada y rica de Europa, pero que ―como nos recuerda Peter McPhee
«era un país de pobreza masiva en el que la mayoría de la gente se encontraba indefensa ante una mala cosecha» (Revolución Francesa, 1789-1799. Una nueva historia. Barcelona: Crítica, 2003, p. 21).
Allí, en aquella Francia de finales del XVIII donde el privilegio o la ausencia de éste conformaba la jerarquía de la sociedad y la propia identidad de cada individuo, se produjo un proceso que marcaría de manera indeleble buena parte del imaginario político del mundo occidental ―incluyendo nuevas acepciones para términos del vocabulario como «izquierda» y «derecha»― en los siguientes dos siglos.
En efecto, y tras muy pocos años, la monarquía absoluta (de derecho divino, y cúspide de una pirámide de privilegios que tenía sus orígenes remotos en el feudalismo de la Edad Media) habría desaparecido. En su lugar se estarían alentando transformaciones capitalistas en la economía y las relaciones sociales, y en septiembre de 1792 se conformaría la república «una e indivisible», manifestación política de la Nation cuya soberanía sería detentada por los ciudadanos franceses que vieran reconocidos sus derechos políticos.
Pero con anterioridad a la République, el proceso iniciado a mediados de 1789 permitió la cristalización de una monarquía constitucional, muy efímera, a cuyo periodo pertenece la acuñación que este post quiere analizar en todas sus dimensiones (Fig. 1).
Fig. 1
Estamos contemplando una pieza puesta en circulación en tierras francesas durante el mismo mes y año ―septiembre de 1791― en que vieron la luz dos de los grandes escritos de la fase monárquico-constitucional de la Revolución Francesa: el primero, la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, debida a la pensadora humanista y feminista Olympe de Gouges, y que nunca alcanzó rango legal.
El segundo de los documentos referidos sí se convertiría en ley: la primera de las constituciones políticas de Francia. En efecto, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó ―el 3 de septiembre de 1791― un texto articulado que, además de incorporar la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789, recogía los límites a la autoridad del rey y la nueva conformación del poder político en el estado francés: se había puesto el broche final al proceso de demolición del absolutismo monárquico.
Once días después de la decisión de la Asamblea, el 13 de septiembre, Luis XVI aceptó ―se ha de suponer que a regañadientes― dicha Constitución. Al día siguiente, el 14 pues, juró mantenerla y realizó también el juramento de fidelidad «a la Nación y a la Ley».
En las líneas que siguen descubriremos que las actuaciones de los dirigentes de los años revolucionarios iniciales, entre 1789 y 1791, se extendieron a los motivos presentes sobre las monedas metálicas, y que por ello podríamos hablar de una Revolución Francesa «contante y sonante» o, como se dice en francés, sonnante et trébuchante.
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2. UNA MONEDA
PARCIALMENTE REVOLUCIONARIA,
PARCIALMENTE TRADICIONAL
2.1 ¿CUÁNDO SE ORDENÓ SU FABRICACIÓN
Y CUÁNDO SE ACUÑÓ REALMENTE?
Las piezas de diversos valores conocidas como «constitucionales» habían sido creadas por la Asamblea Nacional Constituyente a principios de 1791, por decreto del 11 de enero promulgado el 19 como ley (tras la sanción real). Y los diseños de las nuevas monedas se habían fijado, previo informe ad hoc del Comité des monnaies creado en el seno de dicha Asamblea, en la primavera del mismo año (por decreto del 9 de abril, promulgado como ley el 15). La acuñación de la moneda de dos sueldos se dispondría unos meses después, en el decreto del 3 de agosto de 1791 (promulgado el día 6) (Assemblée nationale: «3 ═ 6 AOUT, 1791. —Décret relatif à la fabrications de la menue monnaie avec le métal de cloche (L. , t. V, p. 791 ; B. t. XVII, p. 26)» en J. B. Duvergier: Collection complète des lois, décrets, ordonnances, réglemens, et avis du Conseil-d'État, Tome troisième. París: Guyot et Scribe, 1824, p. 206).
La pieza, en cualquier caso, no empezaría a fabricarse hasta principios de septiembre, cuando los revolucionarios franceses veían su país transformado por escrito en una monarquía constitucional.
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2.2 ¿CON QUÉ MATERIAL SE FABRICÓ?
Aunque muchas de estas monedas de dos sueldos fueron acuñadas en cobre puro (y algunas en latón), la que estamos mirando se elaboró en una mixtura de cobre y del conocido como «metal de campana», atendiendo a que se obtenía de la fundición de campanas de las iglesias francesas: el métal de cloche era en realidad airain, bronce que incluía un 20% de estaño junto al cobre básico, pero dada la naturaleza quebradiza del material y al efecto de conseguir acuñaciones viables y resistentes, se hizo necesario proceder a su aleación con cobre en estado puro (tras el ensayo finalmente infructuoso de otros métodos).
Cien mil campanas llegarían a ser sacrificadas entre los decretos correspondientes del 25 de junio y 26 de agosto de 1791 (promulgados el 28 de junio y el 29 de agosto respectivamente) y el año 1795, y esto sucedería en buena parte para intentar hacer frente a la dramática carestía en Francia de la petite monnaie destinada a facilitar los ―muy numerosos― intercambios económicos de poco montante.
Esta carestía, igualmente extendida a las piezas realizadas con metales nobles, se había hecho presente en diversas etapas de la historia francesa y llegó hasta las primeras fases revolucionarias, y los nuevos dirigentes pretendieron paliarla agenciándose metales susceptibles de ser acuñados y ordenando la urgente fabricación de piezas. En esa coyuntura aparecieron también las emisiones de dinero en papel, realizadas por las autoridades revolucionarias y conocidas como assignats (Fig. 2).
Fig. 2. Assignat emitido en Francia de acuerdo con la ley del 4 de enero de 1792, cuando la forma de gobierno del país era la monarquía constitucional. Se trataba de emisiones teóricamente garantizadas con los bienes enajenados al clero ―requisados sin compensación― durante el proceso revolucionario.
Pero las campanas no fueron solamente fundidas ―en un contexto ideológico que podía tener fuertes tintes anticlericales y, llegado el caso, descristianizadores― para facilitar la existencia de numerario: también fueron destruidas para proceder a la fabricación de cañones que utilizar tanto en las guerras de defensa y expansión frente a los países enemigos de la Revolución, como en la represión contra los franceses partidarios del antiguo orden de cosas.
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2.3 ¿CON QUÉ TÉCNICA FUE REALIZADA
ESTA PIEZA?
Por lo que respecta a la técnica utilizada en la emisión, se trata de una acuñación mecánica, realizada con una prensa de volante y ―por ello― con una calidad muy superior a la que se obtenía a través de la acuñación manual (a martillo), que podía dar como resultado la emisión de monedas de aspecto tosco y grabado irregular. En Francia las acuñaciones mecánicas tenían ya una dilatada historia cuando la pieza que tratamos apareció, dado que la monarquía francesa había sido una de las primeras potencias en incorporar ―durante los siglos XVI y XVII― avances técnicos al proceso de acuñación del numerario.

Para la descripción de la prensa a volante, y su funcionamiento, parece suficiente traer a colación el texto siguiente (y remitir a la Fig. 3):
«El volante se construía en bronce y estaba formado por una gruesa y maciza peana o zoclo unida a dos pilares o piezas verticales que formaban la caja, castillo o armazón de la máquina y que estaban unidos entre sí por dos o más puentes o piezas horizontales. En el centro de cada una se abría un agujero circular torneado, dispuestos todos ellos verticalmente coincidiendo con el centro de la peana. Por dichos agujeros, deslizándose bien ajustado por gargantillas de bronce, subía y bajaba un husillo, accionado en la parte superior por un largo brazo horizontal, o balancín, en cuyos extremos iban colocados grandes bolas de plomo. En el centro de la peana existía una maceta o pieza metálica sobre la que se ajustaba uno de los troqueles, que quedaba fijo. Sobre él, se colocaba el cospel. El otro troquel era móvil, descendía con el husillo, y la fuerte presión de ambos acuñaba a la vez las improntas de anverso y reverso de la moneda.
Había volantes de varios tamaños, los más pequeños o de medio cuerpo, eran accionados por el propio monedero; los grandes, o de cuerpo entero, precisaban al menos tres hombres, dos de ellos para hacer girar el balancín, tirando de gruesas cuerdas de cáñamo, y el otro para colocar los cospeles acordonados sobre la maceta, y retirarlos ya convertidos en moneda. Por mucha prisa que se dieran sus compañeros en rotar el balancín, entre los descensos del husillo, el monedero o acuñador tenía tiempo de retirar la moneda y colocar un nuevo cospel. Dado que el rebote del mismo daba un momentáneo descanso a quienes lo movían, les era posible adoptar un ritmo rápido de trabajo, que aumentó muchísimo la velocidad de acuñación».
http://www.euromint.net/espanol/tecnologia.asp?tipotec=1&lang=1&subtec=15


Fig. 3. El manejo del volante o prensa de volante ―balancier o presse au balancier en francés― en uno de los grabados de la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, la gran obra coordinada por Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert en la segunda mitad del siglo XVIII. El grabado forma parte de la serie dedicada a la amonedación o monnoyage, y se encuentra en el volumen séptimo de los conformados por planches.


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2.4 ¿QUÉ VALÍA ESTA MONEDA?
Al principio ya se enunció el valor de cambio ―dos sueldos― que tenía esta pieza monetaria: si nos fijamos en la superficie del reverso (lo que popularmente se conoce como la «cruz» de la moneda), se observa que en su centro aparece un número dos y una ese mayúscula seguida de un punto: «2 S[OLS]·». Esto significa deux sols, es decir, dos sueldos (Fig. 4).


Fig. 4
Los dos sueldos constitucionales de Luis XVI son las primeras monedas de este valor acuñadas por las autoridades de Francia: en metales no nobles se habían fabricado piezas de un sueldo como máximo, y en plata las acuñaciones más pequeñas existentes multiplicaban por tres el valor de la emisión que analizamos.
Pero a las realizaciones públicas se habían unido las privadas: ante la escasez de moneda metálica y la constante devaluación de los assignats, en 1791 y 1792 se vertieron a la circulación monnaies de confiance debidas a la iniciativa de particulares y, entre estas «monedas-ficha» realizadas con diseños muy significativos políticamente, sí encontramos alguna de dos sueldos (Michaël Reynaud: Monnaies de confiance 1791-1792. Poses: Monnaies d'Antan, 2009).

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2.5 ¿A QUÉ SISTEMA MONETARIO PERTENECÍA ESTA PIEZA?
El sueldo (sol en francés) distaba mucho de ser una unidad monetaria nacida con la Revolución Francesa: era tradicional, de linaje romano y medieval, y equivalía a la veinteava parte de la libra (livre, otra moneda con orígenes romanos y medievales). A su vez, el sueldo estaba conformado por doce dineros (deniers, piezas surgidas en el oeste y centro de Europa durante la Edad Media, aunque con nombre heredado del mundo romano: denarii).
La relación, de base duodecimal, existente entre las tres monedas enunciadas ―dinero (denarius en latín), sueldo (solidus) y libra (libra)― no era exclusiva de Francia, sino que estaba generalizada en las tierras europeas:
12 dineros (deniers) = 1 sueldo (sol);
20 sueldos (sols) = 1 libra (livre);
o sea, 240 dineros (deniers) = 1 libra (livre).
Se trataba, además, de un sistema monetario cuyos orígenes se databan en los tiempos de Carlomagno, es decir, unos mil años antes de que se acuñase la moneda que tratamos.
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Nuestro actual sistema monetario, el del euro, es decimal:
1 euro = 100 céntimos.
Y también fue decimal el anterior sistema vigente en España, el de la peseta, instituido en 1868 a semejanza del del franco francés, la lira italiana, el franco suizo, el franco belga y la dracma griega de la segunda mitad del siglo XIX:
1 peseta = 100 céntimos.
Aquel franco francés (franc), de plata y decimal, había nacido en 1795 como consecuencia del establecimiento del sistema métrico decimal impulsado por las autoridades francesas revolucionarias, y estaba dividido inicialmente en diez décimos, décimes, y en cien céntimos, centimes:
1 franco = 10 décimos = 100 céntimos.
Vale la pena saber que, en el Reino Unido, la adopción del sistema métrico decimal en el campo monetario data de fechas tan recientes como 1971. Hasta ese año se mantuvo en vigor el antiguo sistema que tenía su origen un milenio atrás (en tiempos de un contemporáneo de Carlomagno, el rey inglés Offa de Mercia):
12 peniques o pence = 1 chelín o shilling;
20 chelines o shillings = 1 libra o pound;
o sea, 240 peniques o pence = 1 libra o pound.
Si comparamos esta fórmula con lo ya dicho sobre las monedas francesas anteriores a la decimalización, es obvio que los términos ingleses penny (pence en plural), shilling y pound son equivalentes a los franceses denier, sol y livre, respectivamente. En latín la equivalencia entre dineros/peniques, sueldos/chelines y libras se escribía de la siguiente manera:
12 denarii = 1 solidus;
20 solidi = 1 libra;
240 denarii = 1 libra.

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2.6 ¿QUÉ MEDÍA Y QUÉ PESABA
LA PIEZA DE DOS SUELDOS?
La moneda de dos sueldos constitucionales de Francia, que no tenía ninguna inscripción o motivo decorativo en el canto (de hecho, éste tenía una superficie bastante irregular), medía entre 32 y 36 milímetros de diámetro y pesaba entre 22 y 25 gramos: a título de comparación, puede traerse a colación que la más grande y pesada de las piezas romanas, el sestercio de latón u orichalcum que se emitió desde la época del emperador Augusto, tuvo en el momento de su creación un diámetro aproximado de 39 mm y un peso de 25 gramos (Richard G. Doty: The Macmillan Encyclopedic Dictionary of Numismatics. Nueva York: Macmillan Publishing, 1982, pág. 297).
Desde el punto de vista actual, mediatizado por las reducidas dimensiones de las monedas metálicas que se utilizan habitualmente, tanto los sestercios del Imperio de Roma como los dos sueldos de la Revolución Francesa pueden ser calificados como acuñaciones aparatosas puesto que, pongamos por caso, las piezas de dos euros que llevamos en nuestros bolsillos, carteras y monederos miden 25.75 mm de diámetro y tienen un peso ―solamente― de 8.5 g, casi tres veces menos.
El peso teórico previsto de las piezas de dos sueldos era de unos 24 gramos y medio, la décima parte de la unidad de peso conocida como marco de Troyes (equivalente a 244.75 gramos en el sistema métrico decimal). En el lenguaje de la época se hablaba de «una talla de diez piezas en marco» (à la taille de dix au marc), es decir, que de una cantidad de metal con un peso equivalente a un marco, se habían de obtener diez monedas: 244.75 g dividido entre 10 = 24.48 g por pieza.
A pesar de las previsiones establecidas, están documentados ejemplares de dos sueldos de mayor y menor peso incluso que el recogido en las cifras de la horquilla antes citada, ya de por sí relativamente amplia.
Las fluctuaciones reseñadas en el peso de las acuñaciones de deux sols hubieran sido económicamente muy inconguentes, y socialmente inaceptables, de haberse tratado de monedas realizadas con metales nobles: en aquel tiempo, y desde veintitantos siglos antes, el valor de las especies monetarias de oro o plata venía determinado por su valor intrínseco, es decir, por el del metal precioso que contenían.
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2.7 LA DIMENSIÓN SOCIO-ECONÓMICA DE LA MONEDA
Se ha de abundar en la dimensión social y económica de la moneda: por más que otras, y extensas, partes de este texto se dediquen a «explicar» las imágenes y textos que ostenta la pieza, siempre se debe recordar ―lo reiteran historiadores y economistas― que la principal importancia del hecho monetario radica en su valor económico, aspecto que debe ser analizado antes que cualquier otro junto a sus repercusiones en el cuerpo social:
[...] si deve comunque sempre ricordare che l’importanza principale del fatto monetario consiste nel suo valore economico e che pertanto questo è l’aspetto che deve essere inanzitutto analizzato, meglio ancora se collegato con quello sociale, come ha giustamente messo in luce lo storico polaco Witold Kula [...]. La peculiarità economica, di per sè, infatti potrebbe essere irrilevante; non è tanto importante ad esempio appurare il grado di inflazione o di deflazione di un certo periodo storico, se non ci si chiede contemporaneamente a quale ceto, a quale classe sociale, a quali uomini l’inflazione o il suo contrario abbiamo portato vantaggio o svantaggio (Adriano Savio: Monete romane. Roma: Jouvence, 2001, p. 35).
En el caso que nos ocupa, unas preguntas lógicas acuden a la mente: cuando esta pieza se acuñó, en los primeros años de la Revolución Francesa, ¿qué personas la utilizaban preferentemente y qué se podía comprar con ella? ¿la atesoraban los ricos franceses o pasaba por las manos de los franceses pobres? ¿para quiénes y para qué servía primordialmente?
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2.8 ¿QUIENES UTILIZABAN PREFERENTEMENTE ESTA PIEZA?
En primer lugar se debe recordar ―se ha apuntado ya― que los sistemas monetarios occidentales de finales del siglo XVIII incluían monedas de oro, plata y bronce o cobre, y que es muy importante conocer el grado de «transversalidad» con que las especies monetarias circulaban entre los distintos estratos sociales. Elena María García Guerra (Las alteraciones monetarias en Europa durante la Edad Moderna. Madrid: Arco, 2000, p. 24), nos dice que
«El oro [y las grandes monedas de plata, habría que añadir] era exclusivo de príncipes, de grandes comerciantes o de la iglesia; la plata estaba destinada a las transacciones ordinarias, mientras que el cobre, en el nivel más bajo, se consideraba la moneda "negra" del pueblo y de los pobres [excepto en el caso de ciudades sitiadas, cuyas autoridades podían llegar a emitir en cobre monedas «de necesidad» ―llamadas «obsidionales»― con un valor asignado muy superior al del contenido metálico de las piezas]».
Con respecto a la circulación «estratificada» de los diversos valores monetarios, podemos traer a colación un ejemplo reciente en el campo del papel moneda: en el año 2002 solamente una minoría de personas utilizaba, en el interior de la zona euro y de forma regular, los ―entonces― recién puestos en circulación billetes de 200 y 500 euros.
Si todo esto ocurría con un sistema monetario tan avanzado y unificado como el común europeo, y cuando las desigualdades sociales se habían visto parcialmente paliadas durante décadas por políticas al efecto, ¿qué no habría de pasar en la Europa del final de la Edad Moderna europea, en el seno de sociedades tan tremendamente estratificadas y jerarquizadas como las de entonces?
En la práctica, en aquellos tiempos y en el seno de un ámbito concreto,
«las dos “monedas” es decir, la pequeña y la gruesa, más que formar elementos diferentes de un único y orgánico sistema monetario, enseguida se constituyeron en dos distintos», y cada uno de ellos contaba con su área de circulación propia y distinta «ya fuera geográfica, social o de negocios» (García Guerra: op. cit., pp. 24-25).
Por todo lo dicho se puede sacar como conclusión que la moneda de dos sueldos constitucionales de Luis XVI, grande pero no fabricada ni con oro ni con plata (ni estando sitiada ninguna ciudad francesa), estaba destinada a circular muy preferentemente entre las personas con menos posibles y los pobres de solemnidad. Se trataba de las personas que, además, sufrían con mayor intensidad la carestía de monedas de poco valor y que ―si era el caso― tenían que seguir realizando sus transacciones con antiguas y desgastadas monedas romanas (sí, ¡del Imperio romano!), incluyendo entre éstas los grandes sestercios de módulo tan parecido a, justamente, las piezas de dos sueldos:
Les révolutionnaires utilisaient encore des bronzes romains pour leurs échanges[.] En l’absence de monnaie scripturale jusqu’à l’apparition des assignats, les hommes et les femmes de 1789 utilisaient toutes sortes de monnaies métalliques pour faire face à la pénurie de petites monnaies, des monnaies étrangères mais aussi des monnaies romaines très usées. Selon Frédéric Droulers, « sous Napoléon III circulaient [encore] dans les campagnes 0,5 % à 1 % de sesterces, dupondus [la mitad del setercio] et as [la cuarta parte] [...].
Fig. 5. Estampa satírica y reivindicativa sobre las duras condiciones del campesinado en Francia durante el Antiguo Régimen, sometido como estaba a fuertes cargas impositivas en beneficio de la Iglesia católica, la nobleza y la Corona.
El título del grabado (Né pour la peine, es decir, «nacido para la pena») es suficientemente explícito de su propósito, pero en todo caso la composición l’Homme de Village, bastante compleja, se acompaña de unos versos que cierran la argumentación: Tous les jours au milieu d’un Champ / Par la Chaleur par la froidure / L’on voit le Pauvre Paysan / Travailler tant que l’année dure / Pour amasser par son labeur / De quoi payer le Collecteur (Todos los días en medio del campo / haga calor o haga frío / se ve al pobre campesino / trabajar todo el año / para amasar con su trabajo / con qué pagar al recaudador).
El Comité des monnaies de la Asamblea Nacional Constituyente parecía tener muy presentes las fatigas de los pobres como el del grabado ―sus penurias económicas, y las dificultades debidas a la escasez de numerario: en el informe presentado el 9 de abril de 1791, se afirmaba que La monnaie de cuivre est particulièrement la monnaie du pauvre et sous ce rapport elle vous inspirera un grand intérêt ; car il faut que les malhereux, si dédaignés par les mauvaises lois, aient sous le régime des bonnes le sentiment de leur dignité (La moneda de cobre es particularmente la moneda del pobre y mediante este informe os inspirará un gran interés; porque es preciso que los desventurados, tan desdeñados por las malas leyes, tengan bajo el régimen de las buenas el sentimiento de su dignidad) (Henri Petit: Documents pour servir à l'étude des monnaies françaises, 1789-1814. Rennes: Henri Petit, 1970, p. 9).
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2.9 CON ESTA MONEDA DE DOS SUELDOS,
¿QUÉ SE PODÍA COMPRAR?
Parece lógico deducir, después de lo expuesto, que con los 24.5 gramos teóricos de metal de campana y cobre puro que la pieza contenía, no se podía adquirir ninguna mercadería sofisticada o lujosa, sino mercancías básicas (bienes de primera necesidad) en una cantidad variable según el nivel de precios existente en cada lugar y tiempo: como quiera que los acontecimientos de la Revolución Francesa fueron parejos, durante años, a un proceso inflacionario que implicó grandes subidas del precio del pan y otros alimentos, se adjuntan algunos datos ―tomados de fuentes diversas― que permiten hacerse una idea del poder adquisitivo de la moneda que analizamos...
• Con anterioridad a la Revolución, 6 libras de pan (casi 3 kilos) costaban 12 sueldos, es decir, el salario diario de un jornalero. Esto nos da una ratio de 2 sueldos por libra de pan (489.51 gramos).
• En los inicios de julio de 1789, la libra de pan (489.51 g) se vendía en París por 4 sueldos.
• En marzo de 1792, las 6 libras de pan se vendían en Étampes, a 49 km al suroeste de París, por 15 sueldos (2½ sueldos por libra de pan).
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2.10 ¿DURANTE CUÁNTOS AÑOS
SE FABRICARON ESTAS PIEZAS?
Las monedas de dos sueldos constitucionales de Luis XVI se emitieron con las fechas de 1791, 1792 y 1793. Hay que recordar que, desde septiembre de 1792, Francia era una república, y que el 21 de enero de 1793 el rey fue guillotinado, pero por un tiempo se siguió produciendo dinero con la tipología monárquica (con gran disgusto, lógicamente, de los sectores más comprometidos con el régimen republicano y su representación) (Henri Petit: op. cit., pp. 23-24).
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2.11 ¿CUÁNTOS EJEMPLARES
SE ACUÑARON DE ESTAS MONEDAS?
Si contamos la producción de todos los lugares de Francia donde se realizaron piezas de dos sueldos a nombre de Luis XVI, se obtiene una cantidad superior a los cien millones: 101.595.520 monedas (Jean-Marc Leconte: Le bréviaire de la numismatique française moderne, 1785-2001. París: Cressida, 2001, pp. 48-49). El país tenía en 1780 unos 28 millones de habitantes, con lo que en se acuñaron alrededor de 3.5 piezas por cada francés.
Se puede comparar lo anterior con las siguientes cifras: en el momento de la introducción física del euro (año 2002) la población francesa se estimaba en unos 60 millones de personas; para garantizar el abastecimiento de piezas del nuevo sistema ―en el seno de una sociedad tan monetizada― se acuñaron enormes cantidades de numerario y, por ejemplo, entre 1999 y 2002 Francia produjo 645.730.793 monedas de dos euros, es decir, unas 10.5 piezas de este valor por habitante (Fabio Gigante & Cayón: €urocoins. Monedas y billetes del euro. Madrid: Jano, 2003, p. 95).
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2.12 ¿CUÁNDO DEJARON DE TENER
CURSO LEGAL LOS DOS SUELDOS?
La retirada de la circulación de las piezas de Luis XVI que tratamos tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX, a través de la Ley del 6 de mayo de 1852 y del Decreto del 12 de marzo de 1856 (con efectos a fecha de 1 de octubre del mismo año). Desde entonces, teóricamente, nadie en el territorio francés pudo utilizarlas como instrumento de intercambio económico.
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3. DE LA DIMENSIÓN
SOCIO-ECONÓMICA DE LA MONEDA
A LA DIMENSIÓN SOCIO-IDEOLÓGICA
3.1 DECISIONES ECONÓMICAS,
DECISIONES IDEOLÓGICAS
Parece obvio, después de lo ya visto, que quienes emiten las monedas deben pensar detenidamente con qué composición métalica, técnica y formato (diámetro ―si es circular― y peso) las vierten hacia el público, en qué cantidad y a qué ritmo las pueden emitir, y con qué valor de cambio: hablamos, en definitiva, de dinero que se integra al torrente circulatorio y tiene ―en principio― un poder adquisitivo determinado. Pero los emisores también deben hacerse esta pregunta: ¿con qué mensajes ―imágenes y textos― y lenguajes estéticos hay que emitir el signum principis que llamamos moneda?
Las monedas, nadie debería dudarlo, son también en sí mismas un hecho histórico con una vertiente ideológica ―con un discurso en su seno― que en definitiva afecta a los diferentes sectores sociales. Lo dicho significa que, cuando contemplamos una moneda, no nos encontramos solamente ante un documento portador de unos datos explícitos o deducidos que, por ejemplo, pueden contribuir a datar yacimientos arqueológicos o tesoros hundidos, sino que tenemos también en nuestras manos y ante nuestros ojos el resultado ―físico, material― de una intención ―psicológica― de los emisores.
Al respecto resultan muy clarificadoras unas palabras dichas en un parlamento europeo de finales del siglo XVIII: justamente, en el seno de la Asamblea Nacional Constituyente nacida de la Revolución Francesa. Las primeras frases que citaré las pronunció Belzais-Courménil, revolucionario miembro del Comité des monnaies de dicha Asamblea, en la tarde del martes 11 de enero de 1791 (cuando se estaba discutiendo sobre las nuevas monedas que habrían de acuñarse):
Vous adopterez sans doute une nouvelle inscription et une empreinte plus nationale ; vous reconnaîtrez qu'il est utile de multiplier à l'infini les signes de la liberté.
«Ustedes adoptarán sin duda una nueva inscripción y una imagen más nacional; reconocerán que es útil multiplicar al infinito los signos de la libertad»: todo indica que quien pronunciaba estas frases creía, y mucho, en el papel de las monedas como medios para la formación cívica de la población...
Las otras expresiones que transcribiré, manifestaciones de una ideologia antitética de la anterior, también se escucharon en el mismo lugar, aunque en sesión parlamentaria posterior. El autor fue un religioso monárquico, el abate Maury, quien verbalizó su opinión contraria a las recomendaciones del Comité des monnaies en la tarde del sábado 9 de abril del mismo año, 1791 (en el día que habían de fijarse definitivamente los diseños del primer numerario francés posterior a la Revolución de 1789):
Si la religion venait malheureusement à s'affaiblir, les ennemis du bien public marqueraient l'époque de sa decadence au tems de notre session , par la destruction de ses emblêmes sur les monnaies.
Si, «desgraciadamente», la religión se debilitara, los «enemigos del bien público» fijarían el inicio de la decadencia del hecho religioso en aquella sesión de la Asamblea Nacional Constituyente, y ello a causa de la substitución de los emblemas religiosos sobre las monedas (de la «destrucción» que se quería acometer) (M. Courménil: «Bulletin de l'Assemblée nationale. Seconde présidence de M. Emmery. Seance du mardi au soir. Discussion sur les monnaies», en Gazette Nationale, ou Le Moniteur Universel, N° 13. Jeudi, 13 Janvier 1791. Seconde Année de la Liberté. París, p. 50, columna tercera; & M. l'Abbé: «Bulletin de l'Assemblée nationale. Présidence de M. Tronchel. Seance du samedi au soir», en Gazette nationale, ou le Moniteur universel, N° 101. Lundi, 11 Abril 1791. Seconde Année de la Liberté. París: Panckoucke, p. 417, columna tercera).
Por lo que se acaba de exponer (una muestra de la lucha de las convicciones, y cosmovisiones, en el terreno de juego de los bolsillos de los ciudadanos de la Nation française) la moneda metálica ha sido ―y todavía es en alguna medida― un vehículo privilegiado para la comunicación política de los gobernantes hacia los gobernados y, por eso,
«un objeto propio de una sociedad determinada, donde se manifiestan las ideas y valores de esa sociedad» (Miguel Vega Martín, Salvador Peña Martín & Manuel C. Feria García: El mensaje de las monedas almohades. Numismática, traducción y pensamiento islámico. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, páginas 224-225).
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3.2 LOS POSIBLES OBJETIVOS IDEOLÓGICOS
DE LAS EMISIONES MONETARIAS
Abundando en lo dicho, se debe poner de relieve que las actuaciones de comunicación política (en las monedas e, igualmente, al margen de las monedas) pueden perseguir diferentes objetivos, con diversos grados de ambición:
• en primer lugar, quienes las ejecutan pueden tener la intención, simplemente, de mostrar sus emblemas, identificarse y, como mucho, reforzar el propio prestigio y reputación;
• en segundo lugar, quienes emiten los mensajes pueden querer realizar un ejercicio de persuasión y, con ello, legitimar el poder gobernante o las intenciones del insurgente, o sea, construir ―mediante mecanismos «propagandísticos»― el consenso en torno al régimen o espacio de poder consolidado o naciente (a través de la ostentación de la potencia, la fuerza, el estatus o las convicciones, y recabando el respeto, la obediencia o la devoción);
• finalmente, los emisores pueden aspirar a más: a utilizar la propaganda más descarnada, y el engaño y la manipulación, hasta hacer posible la pura dominación sobre los destinatarios y, por ende, a eliminar o minimizar en lo posible la repercusión en la sociedad de los discursos alternativos.

Fig. 6. Una de las representaciones más paradigmáticas y espectaculares de las monarquías absolutas de derecho divino, sacralizadas y capaces de imponerse en el seno de las respectivas sociedades de la Europa de la Edad Moderna europea: Luis XIV, el poderosísimo rey de Francia, retratado con gran maestría barroca por el pintor catalán ―rosellonés― Jacint Rigau-Ros i Serra (conocido en francés como Hyacinthe Rigaud).
La anterior gradación ―y los matices a ella asociados― pretenden hacer justicia a la opinión de un destacado analista de estas cuestiones: Peter Burke. Éste hiló muy fino (La fabricación de Luis XIV. San Sebastián: Nerea, 2003, 2ª ed., pp. 20-21) a la hora de valorar las visiones opuestas de los estudiosos sobre los gobernantes y sus imágenes, símbolos o representaciones (la cínica y la inocente):
«Desde un punto de vista comparativo, podría decirse que ambos modelos rivales hacen hincapié en determinadas percepciones al precio de excluir otras. Los cínicos son, ciertamente reduccionistas, y se niegan a considerar el mito, el ritual y la devoción, como respuestas a una necesidad psicológica. Dan por supuesto con demasiada facilidad que las clases gobernantes del pasado eran tan cínicas como lo son ellos. Por otro lado, el modelo rival da por supuesto demasiado fácilmente que todo el mundo en una sociedad dada creía en sus mitos. No es capaz de reconocer ejemplos concretos de falsificación y manipulación. [...] Los procesos por los que las imágenes sostienen el poder son tanto más poderosos cuanto que parcialmente inconscientes. [...] Ambos modelos, por consiguiente, tienen su utilidad. Podría aducirse que también la tensión entre ellos es fructífera».
Ya puedo resumir: la manifestaciones públicas de las ideologías y representaciones de los gobernantes ―sus maneras de concebir la realidad y de figurarla― tienen un necesario correlato en las posibles necesidades psicológicas, conscientes o inconscientes, de los gobernados: unos seres, éstos últimos, susceptibles de sentir, interpretar y dar respuesta en sus mentes al poder de los signos involucrados en la «construcción simbólica de la autoridad» o, para expresarlo en términos modernos, en la «venta» del gobernante.
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3.3 LA RECEPCIÓN DE LOS DISCURSOS
CONTENIDOS EN LAS MONEDAS
Es el momento de remarcar la existencia de un factor determinante para el éxito de dicha «venta», es decir, para la efectividad de la comunicación política presente sobre las monedas (u otro soporte) y, a través de esto, para la conformación de la representación colectiva correspondiente: la capacidad de «lectura» de los destinatarios y la mayor o menor difusión entre éstos del mensaje en cuestión.
En primer lugar, y por lo que respecta a los escritos presentes en las piezas monetarias ―o contenido epigráfico―, podían ser accesibles a los analfabetos en la misma medida en que lo eran los textos de los manuscritos, los impresos ―desde la aparición de la imprenta― o las inscripciones públicas: gracias a la ayuda exterior. E, igualmente, se habría de decir de la lectura en sentido amplio, la de los símbolos y la de aquellas imágenes no obvias o que no hubiesen tenido la repercusión (o alcanzado la popularidad) de los emblemas consagrados: en estos casos, los contenidos iconográficos también podrían llegar a ser entendidos gracias a la transmisión realizada por otras personas, proceso que facilitaría la decodificación.

Tras lo que acabamos de leer, podemos adentrarnos ya en la dimensión ideológica de la moneda de dos sueldos constitucionales de Luis XVI, en los mensajes que aparecen sobre ella ―construidos con imágenes y textos y con el uso de un determinado lenguaje estético.
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4. LA «CARA» DE LA MONEDA
4.1 ¿DE QUIÉN ES EL RETRATO?
Si nos fijamos en el anverso ―la superficie principal de la moneda, conocida popularmente como la «cara»― podemos ver que destaca en ella el busto del rey, Luis XVI, drapeado, es decir, ornado con una manto de resonancias romanas que se encuentra sujeto sobre el hombro izquierdo por un broche. La cabeza del monarca aparece de perfil mirando a la izquierda, desnuda (o sea, sin corona de oro o laureles) y peinada a la moda dieciochesca: con tirabuzones sobre las sienes y las orejas y una coleta en la nuca, anudada con un ruban o lacerías (Fig. 7).
Fig. 7. La presencia sobre una moneda de este retrato real de Luis XVI, datado a finales del siglo XVIII, muestra la continuidad de una tradición existente en las amonedaciones del mundo occidental desde el periodo helenístico y el mundo romano. Por lo que se refiere al territorio ahora francés, corresponde a Teodeberto I de Austrasia (534‒548) el «honor» de haber inaugurado la presencia de los retratos de los gobernantes en las acuñaciones gálicas (Pierre Cosigny: La France et sa monnaie. Un chemin de mémoire. París: Imprimerie Nationale, 2001, pp. 36-37 & José María de Francisco Olmos: La moneda en la Revolución Francesa. Documento económico y medio de propaganda político. Madrid: Castellum, 2000, p. 38).
También fue Teodoberto I el primero en utilizar sobre las monedas «francesas» la expresión latina rex, rey. Al respecto se debe recordar que el fin del Imperio de los romanos en Occidente, en el año 476, supuso la pervivencia de un único emperador romano (el que tenía su sede en Constantinopla), así como la paulatina relajación de los vínculos formales de los pueblos germánicos occidentales y dicha autoridad imperial, superior a todos ellos teóricamente. Fue cuestión de tiempo que la situación de facto, con monarquías territoriales que escapaban al control efectivo de los sucesivos emperadores romano-orientales, se convirtiese en situación de iure
, y que acabasen apareciendo sobre las monedas (de oro, particularmente) los emblemas y las inscripciones que proclamaban el ejercicio de un poder no supeditado: los retratos de los reyes germánicos con la correspondiente titulación.
Por lo que atañe a la presencia del numeral real (en este caso el «XVI») no fue una característica demasiado precoz de las monedas de los reyes franceses, puesto que había sido incorporado por primera vez en tiempos de Luis XII (1498-1515) y no sería hasta mediados del siglo XVI –con una ordenanza de Enrique II, en 1549– que la utilización de este dato se asentó definitivamente (José María de Francisco Olmos: op. cit., pp. 50-51).
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4.2 ¿QUIÉN DISEÑÓ EL RETRATO?
El retrato del monarca es fidedigno, no idealizado, tomado del natural al parecer (Rosine Trogan & Philippe Sorel: Augustin Dupré (1748-1833), Graveur Général des Monnaies de France. Collections du Musée Carnavalet. París: Paris Musées, 2000, p. 190). Además, es el producto de una magnífica ejecución: como el resto de la pieza se debe a las manos y al talento de Augustin Dupré, autor de la célebre medalla Libertas americana, grabador general des Monnaies de France ―de las casas de moneda francesas― desde el 11 de julio de 1791, y autor encuadrado en el movimiento artístico conocido como neoclasicismo (el mismo que en pintura encarnaba el celebérrimo artista Jacques-Louis David, amigo suyo).
La verosimilitud del retrato presente sobre la moneda de dos sueldos puede contrastarse con una pintura casi contemporánea, realizada por Antoine-François Callet en 1786 y conservada actualmente en el Musée Carnavalet de París: en ella Luis XVI, a la edad de 31 o 32 años, aparece revestido con las galas propias de la monarquía francesa en aquel momento (Fig. 8).
Fig. 8
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4.3 ¿QUÉ PONE ALREDEDOR DEL RETRATO?
Desde los tiempos medievales, las inscripciones de las monedas francesas y europeas del Oeste se redactaron casi exclusivamente en lengua latina, idioma de la vertiente occidental del antiguo Imperio romano y de la Iglesia católica. Y aunque en Francia se utilizó el francés ―en acuñaciones de poco valor― en tiempos de Felipe II Augusto (1180-1223) y de diversos monarcas de los siglos XVI, XVII y XVIII, desde Luis XV todas las leyendas existentes sobre las monedas del país figuraban escritas en latín. Esto cambió con la Revolución, y por ello el busto real que contemplamos está rodeado de unas palabras alusivas en lengua francesa: «LOUIS XVI ROI DES FRANÇOIS» (sobre la cuestión del idioma en estas monedas volveremos más adelante, cuando nos refiramos a la leyenda del reverso).
Un detalle: en algunas de las emisiones de piezas de dos sueldos realizadas en Estrasburgo (Alsacia) a nombre de Luis XVI, el gentilicio de la inscripción está escrito con la forma usual actualmente, aunque entonces minoritaria: «FRANÇAIS» (Fig. 9).
Fig. 9. Detalle del anverso en dos piezas de deux sols constitucionales acuñadas en la Francia revolucionaria. Emitidas ambas a nombre de Luis XVI, se diferencian en la palabra utilizada para referirse a los franceses: «FRANÇOIS» en la de la izquierda, «FRANÇAIS» en la de la derecha.
Pero la leyenda regia presente sobre esta moneda de dos sueldos, común a los nuevos tipos monetarios acuñados en Francia tras el triunfo de la Revolución, no solamente era parcialmente innovadora por el idioma en que estaba redactada (la única lengua que sería considerada «nacional»): también podemos deducir que se encontraba inspirada por los primeros revolucionarios franceses, tan deseosos de establecer cambios en la representación (o figuración simbólica) del poder, atendiendo a que el soberano era calificado como monarca de los ciudadanos ―rey de los franceses―, por oposición al significado atribuido a la tradicional leyenda «rey de Francia y de Navarra»: señor o «propietario» del territorio (Fig. 10).
Fig. 10. Anverso o «cara» de un escudo de plata acuñado en Lyon a nombre de Luis XIV en 1715, el año de la muerte de este famoso monarca francés. A la derecha de la imagen se observa la referencia a las posesiones territoriales del rey (escrita en latín y utilizando abreviaturas): «FR[ANCIÆ]·ET NAV[ARRÆ]·REX·», es decir, rey de Francia y de Navarra.
La referencia a Navarra sobre ésta y otras monedas de la monarquía francesa remite a la entronización como rey de Francia, en 1589, de Enrique III de Navarra (hijo de Juana III de Albret y Antonio de Borbón), y a la «unión personal» que se establecería entonces entre las coronas navarra y francesa como consecuencia de este hecho. En cualquier caso se trataba de una Navarra reducida de hecho a la «la sexta merindad», la Baja Navarra existente al norte de los Pirineos: este territorio ―ubicado en el País Vasco francés de nuestros días― era el único de la Navarra histórica que había sido retenido por la dinastía de los Albret tras los enfrentamientos bélicos con Fernando V el Católico y Carlos I de España (a principios del siglo XVI), y formaba parte de las posesiones de Enrique III de Navarra en el momento de su coronación en París como Enrique IV.
A decir verdad, el poder monárquico francés no siempre se proclamó como ejercido sobre un territorio dado, sino que podía reivindicarse como existente sobre un pueblo. Así, en todas las acuñaciones gálicas que, en la Edad Media, añadieron alguna calificación al título rex lo hicieron adjuntando la expresión étnica francorum, esto es, afirmándose como monedas puestas en circulación por el rey «de los francos». Habría que esperar hasta casi el final del siglo XVI, durante el reinado de Enrique III de Valois (uno de los llamados Capetos indirectos), para que apareciera por primera vez la referencia explícita al territorio francés: Franciæ, «de Francia». José María de Francisco Olmos afirma (op. cit., p. 63) que esta novedad daría a entender que
«el monarca no es rey de un pueblo, sino el señor de un territorio completo, que es su dominio».
Por todo ello no es nada extraño que, producida la Revolución de 1789, y justamente para poner de relieve que Luis XVI ya no era el señor omnipotente del territorio de Francia, se acudiera al título de Roi des François (a instancias del marqués de Mirabeau, uno de los revolucionarios más famosos de aquella etapa).
La nueva titulación real fue consagrada por la Asamblea Nacional Constituyente en octubre de 1789, y la misma instancia decretó que, para promulgar las leyes, la fórmula fuese
Louis, par la grâce de Dieu & par la Loi constitutionnelle de l’État, Roi des François à tous présents et à venir, salut.
Casi un año después, en la sesión de la Asamblea del 29 de agosto de 1790, el portavoz del Comité des finances declararía que era coveniente dar al rey, sobre las nuevas monedas, le titre glorieux de Roi des Français (Henri Petit: op. cit., p. 8). Y finalmente, en la Constitución de septiembre de 1791, se recogería que el rey no tendría otro título que el de rey de los franceses:
La personne du Roi est inviolable et sacrée ; son seul titre est Roi des Français.
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4.4 ¿QUÉ NO PONE ALREDEDOR DEL RETRATO?
Para concluir el análisis de lo que está escrito en el anverso de la moneda que nos ocupa, como hemos reiterado incorporada al torrente circulatorio durante los primeros años de la Revolución Francesa, debemos saber que en la leyenda no figura la tradicional referencia a la Gracia de Dios como fuente de la legitimidad ―divina, pues― del ejercicio del poder real. Esta es una transformación simbólica muy importante respecto a las anteriores acuñaciones de Francia y otros muchos lugares de Europa, donde también se acostumbraba a explicitar sobre las monedas el origen sobrenatural o místico de la autoridad del rey y, con ello, se afirmaba la existencia de las llamadas monarquías de derecho divino (Fig. 11).
Fig. 11. Fragmento del anverso o «cara» del ya mostrado escudo de plata acuñado en Lyon a nombre de Luis XIV en 1715. Aquí se observa, también en latín y con abreviaturas, la referencia a la legitimación divina del poder: «LVD[OVICVS]·XIIII·D[EI]·G[RATIA]·», es decir, Luis catorce por la Gracia de Dios.
La fórmula Dei Gratia «se usó en Francia desde la época de los carolingios, lógico si se tiene en cuenta que esta dinastía obtuvo el trono merced a un golpe de estado respaldado por la Iglesia» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 51).
En el siglo IX, durante el gobierno del rey franco Carlos II el Calvo, dicha fórmula pasa del pergamino al metal, y se inscribe en las acuñaciones monetales realizadas a nombre de dicho monarca. Pero sería en el siglo XIII, con Luis IX el Santo, y tras altibajos en su utilización a lo largo de los siglos precedentes, cuando se instaura definitivamente un uso que no se abandonaría hasta la Revolución.
La fórmula «por la Gracia de Dios» habría adquirido en tiempos del último rey citado un nuevo sentido: las prácticas que habían asociado dicha expresión con monarcas parvenus, advenedizos, es decir, carentes de legitimidad dinástica y necesitados de reforzar simbólicamente su nuevo estatus, supusieron la dependencia de los reyes gálicos respecto de la Iglesia católica, y ello atendiendo a que sólo se era rey ―verdaderamente― tras la ceremonia de consagración por parte de los obispos. Pero frente a esta concepción, que en definitiva subordinaba el poder temporal al espiritual, las nuevas circunstancias del ejercicio de la autoridad en la Francia bajo-medieval facilitaron una lectura distinta de la frase, favorable a los intereses del gobernante real: en efecto, la consolidación de la dinastía capeta y la robustez de la propia institución monárquica francesa (reforzada frente a los nobles y rectora de la expansión territorial) permitirían interpretar que el rey lo era por la Gracia de Dios en tanto que el Altísimo, directamente, habría designado a la dinastía para gobernar el reino (José María de Francisco Olmos: op. cit., pp. 51-61).
¿Qué significado político implicaba la expresión Dei Gratia en el siglo XVIII francés? ¿Se trataba de un significado más cercano a la concepción favorable a la Iglesia o, contrariamente, del que permitía la mayor afirmación del poder monárquico? Un contemporáneo de los últimos tiempos de la monarquía absoluta francesa, Claude-Joseph de Ferrière, defendía claramente la segunda interpretación:
PAR LA GRACE DE DIEU, est la formule qui sert de commencement aux Lettres Royaux, pour faire voir que nos Rois ne tiennent leur sceptre & leur pouvoir que de Dieu seul, & qu’ils ne reconoissent aucun supérieur sur la terre; en sorte même qu’ils disputent cette qualité à tous autres Princes qui ne sont pas souverains, soit qu’ils rélevent d’eux en fiefs, ou de quelqu’autre Souverain (la cita procede de la página 283 del tomo segundo de la nueva edición revisada, corregida y aumentada del Dictionnaire de droit et de pratique, publicada en París por Veuve Brunet en 1769).
En cualquier caso ya hemos visto que, aunque la referencia a la legitimación divina del monarca no apareció sobre las monedas revolucionarias, la Asamblea Nacional Constituyente preservó la mención a la «Gracia de Dios» ―matizada mediante la referencia a la ley constitucional― cuando se trató del encabezamiento de las leyes, y la misma frase ornó el nuevo sello real (utilizado desde la segunda quincena del mes de febrero de 1790):
«LOUIS XVI PAR LA GRACE DE DIEU ET PAR LA LOY CONSTITUTIONNELLE DE L'ETAT ROY DES FRANÇOIS» (Henri Pinoteau: Le chaos français et ses signes. La Roche-Rigault: PSR, 1998, pp. 41-42).
Como resume José María de Francisco Olmos (op. cit., p. 112):
«Es la doble legitimidad, la tradicional (derecho divino) y la nueva de la soberanía popular, pero no hay que engañarse, los diputados dejaron claro que esta titulación era simplemente un gesto de reconocimiento a la tradición, ya que "No existe en Francia autoridad superior a la de la Ley, el rey reina sólo por ella", lo es sólo después de jurar el Acta constitucional, convirtiéndose así en el primer funcionario del Estado con una asignación (lista civil) de 25 millones anuales de sueldo. Por todo ello se generalizó una fórmula más concisa para titular al monarca "Luis, rey de los franceses"».

Si el lector o lectora tiene posibilidad de ver imágenes de monedas españolas anteriores a la adopción del euro, emitidas con el valor expresado en pesetas (o en céntimos de peseta) durante la dictadura de Francisco Franco y el reinado de Juan Carlos I, observará una muy relevante diferencia entre ambas etapas históricas: las piezas que ostentan en el anverso el retrato de Franco ―nunca autoproclamado rey de España por más que, desde 1947, fuera el regente sui generis― incorporan la leyenda «POR LA G. DE DIOS» en su titulación de dictador o «Caudillo de España», mientras que las que portan la cabeza de Juan Carlos lo llaman simplemente «REY DE ESPAÑA», sin referencia alguna a la supuesta legitimidad divina del poder.
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5. LA «CRUZ» DE LA MONEDA
5.1 ¿QUÉ NO APARECE EN LA PARTE DE ATRÁS DE LA MONEDA?
Por lo que respecta a la «cruz» de la pieza, o reverso, lo primero que hay que decir es que los emblemas monárquicos tradicionales de la Francia católica no aparecerían ―jamás― en las monedas «constitucionales» de Luis XVI. Entre los elementos representativos de la monarquía francesa, y de la cristiandad occidental, desterrados de las piezas metálicas en la Revolución destacan la cruz (revestida de mayores o menores aditamentos decorativos), el monograma con el nombre real, la corona y, también, el propio blasón de la monarquía: las flores de lis que databan de inicios del siglo XIII.
Las lises, mediante la composición heráldica conocida como «sembrado», fueron originalmente dispuestas en cantidad variable sobre el escudo real, pero su número acabó reducido a tres, lo que facilitaría vincular el emblema con la Santísima Trinidad de la religión cristiana (Fig. 12).
Fig. 12. Detalle de la esquina superior izquierda del anteriormente reproducido (fig. 2) assignat de quince sueldos emitido de acuerdo con la ley del 4 de enero de 1792, durante la etapa de la monarquía constitucional.
Pueden apreciarse las tres flores de lis heráldicas ―dos arriba y una abajo― que representaban a los reyes de Francia desde la Baja Edad Media y que, por más que desaparecieran de las monedas metálicas tras la consolidación del proceso revolucionario, pudieron ser observadas en el papel moneda o en algunos soportes oficiales contemporáneos: aunque un decreto de la Asamblea Nacional Constituyente (de 19 de junio de 1790, promulgado como ley el día 23) suprimió las armerías en Francia, se siguieron utilizando emblemas heráldicos con las flores de lis reales, que en algún caso se combinaron con las leyendas revolucionarias (Henri Pinoteau: op. cit., p. 45) y con otros elementos.
Amén de la citada interpretación que posiblitaba identificar las lises con las tres sagradas personas de la Trinidad, existió también una lectura simbólica de los componentes de la flor: los tres pétalos serían trasposiciones de la Fe, la Sabiduría y la Caballería, y el anillo que los unía recordaría «la unidad indivisible de la Santa Trinidad y la integridad virginal de María» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 75; más información sobre las leyendas en torno a los orígenes de las flores de lis, los significados atribuidos a este emblema, y los testimonios históricos de su uso por la realeza francesa, en Michel Pastoureau: Les emblèmes de la France. París: Bonneton, 2001, pp. 121-135. Para una síntesis global sobre los símbolos de la monarquía franca y francesa, véase: Hervé Pinoteau: La symbolique royale française. La Roche-Rigault: PSR, 2003).
Aunque el uso de flores de lis en la amonedación francesa es anterior, la aparición del escudo sembrado de lises en las piezas data de finales de la época de Luis IX el Santo (1226-1270), y el primer blasón de tres flores aparece en una acuñación de 1341, en tiempos de Felipe VI (1328-1350) (Jean-Claude Pruja: Du statère gaulois à l’euro. 2000 ans d’histoire monétaire en France. Joué-lès-Tours: Éditions Alan Sutton, 2001, p. 103; Jacques Demougin: Histoire du franc. París: Trésor du Patrimoine, 2003, p. 23 & Pierre Cosigny: op. cit., pp. 130-131).
Pero sólo a partir del reinado de Carlos VI (1380-1422) las tres flores se consolidarán en las monedas francesas
«dentro de un escudo coronado o no, que será desde entonces la forma más usual en que las encontraremos» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 77).
En efecto, el escudo de armas de las lises aparecería ―muy a menudo― bajo una corona real en las monedas de la Francia de los siglos XV al XVIII. En ocasiones también lo haría junto a las armerías de Borgoña (en algunas emisiones del Flandes incorporado), en compañía de las cadenas de Navarra y las vacas del Bearn (en acuñaciones bearnesas), junto al emblema navarro solamente (Fig. 13), etc.
Fig. 13. Reverso o «cruz» de un luis de oro acuñado en Perpiñán a nombre de Luis XV en 1742. A la izquierda de la imagen se observan las lises francesas, y a la derecha las cadenas navarras. En las representaciones coloreadas de ambos blasones tanto las flores como las cadenas son doradas ―y en su defecto amarillas―, pero el fondo de las lises es «de azur» (azul) y el de las cadenas «de gules» (rojo).
La corona real abierta constituye uno de los emblemas presentes en la amonedación de la Europa medieval, y apareció sobre las monedas francesas en época de Carlos IV (1322-1328) y de Felipe VI (1328-1350); la corona real cerrada, con diademas y superpuesta al blasón de las lises, se utilizó por primera vez en las acuñaciones de Francia en 1532 (en tiempos de Francisco I) y ya con continuidad desde el reinado de Enrique II (1547-1559) (José María de Francisco Olmos: op. cit., pp. 79-84).
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5.2 ¿QUÉ APARECE EN LA PARTE DE ATRÁS
DE LA MONEDA, Y QUIÉN LO DISEÑO?
Lo que encontramos en la cruz o reverso de los dos sueldos constitucionales es diferente ―muy diferente― a lo que aparecía en las acuñaciones del absolutismo monárquico francés o, también, en algunos documentos institucionales de la monarquía constitucional. Con esto no quiere decirse que los emblemas figurados en la pieza no fueran ya utilizados en la Francia prerrevolucionaria ―incluso en contextos relacionados con la realeza (Hervé Pinoteau: op. cit., pp. 19 & 23)― pero, desde luego, nunca antes se habían representado sobre el numerario.
La Revolución, así pues, retomaba símbolos existentes, sí, pero se los apropiaba y, si era el caso, matizaba o realzaba el significado de los mismos. Como corolario, los «nuevos» signos se reproducían allá donde existiera una superficie susceptible de alojarlos, como
§ estampas grabadas (coloreadas o no) (Claudette Hould: L'image de la Révolution française. Quebec: Musée du Québec, 1989),
§ pinturas, dibujos y esculturas (Jean-Jacques Lévêque: L'art et la Révolution Française 1789 - 1804. Neuchâtel: Ides et Calendes, 1987; Philippe Bordes & Alain Chevalier: Catalogue des peintures, sculptures et dessins. Vizille: Musée de la Révolution française & Réunion des Musées Natonaux, 1996 ),
§ viñetas impresas de los documentos oficiales y privados (Auguste Boppe & Raoul Bonnet: Les vignettes emblématiques sous la Révolution. París & Nancy: Berger-Levrault, 1911)
§ medallas y jetones (Michel Hennin: Histoire Numismatique de la Révolution Francaise, 2 volúmenes. París: J. S. Merlin, 1826),
§ ejemplares de papel moneda (Jean Lafaurie: Les assignats et les papier-monnaies émis par l'État au XVIIIe siècle. París: Le Léopard d'Or, 1981; Jeanne Veyrin-Forrer & Alain Mercier: «Contribution à l'étude iconographique des assignats», Nouvelles de l'estampe, n. 106. París: Comité national de la Gravure française, VII-VIII 1989, pp. 25-37; Émile Dewamin: «Des assignats», en Cent ans de numismatique française, de 1789 à 1889, ou A, B, C de la numismatique moderne. Premier volume Papiers-monnaie. París: D. Dumoulin & L. Larger, 1893, pp. 82-208) ,
§ o piezas de dinero metálico (P. Ciani: Les monnaies françaises de la Révolution à la fin du Premier Empire 1789-1815. París: Louis Ciani, 1931; Jean Mazard: Histoire monétaire et numismatique contemporaine 1790-1963. Tome I, 1790-1848. París & Basilea: É. Bourgey & Monnaies et Medailles, 1965),
objetos todos ellos ―y muchos más (botones militares, papeles pintados, encuadernaciones, insignias políticas, platos u otros utensilios cerámicos, matrices de sellos para entintar o golpear en seco, relieves de construcciones, telas, relojes, etc.― que se convertían de esta forma en voceros del proceso revolucionario.
Por lo que respecta a las monedas de la monarquía constitucional (incluyendo los dos sueldos), el protagonismo del ya citado Augustin Dupré sería enorme. Y es que no solamente se debió a su persona el grabado de los cuños de todos los valores faciales que se emitirían entonces (excepto en el caso de la moneda de 12 dineros o un sueldo), sino que también fue suya la ideación de los modelos de los reversos, es decir, la elaboración de la iconografía que allí aparecería.
La historia, conocida entre los lectores de la historia monetaria francesa, puede resumirse así: Dupré propone, en un informe aparecido en octubre de 1790, que à l'instar des monnaies romaines les types nouveux [de las monedas] illustent la Révolution (Rosine Trogan & Philippe Sorel: op. cit., pp. 23-24); más tarde, el 11 de enero de 1791, la Asamblea Nacional Constituyente se muestra favorable a convertir las nuevas monedas en instrumentos ―masivos― de comunicación política de los ideales de la Revolución, y decide también seleccionar los tipos previa competición entre distintas propuestas (haciendo seguidismo en dichas cuestiones, y en otras referidas a la política monetaria, de un discurso pronunciado por Mirabeau el 12 de diciembre de 1790). Los motivos de los reversos son escogidos de entre los propuestos por Augustin Dupré, y los temas así seleccionados ―presentados por el Comité des monnaies al parlamento el 9 de abril de 1791― son aprobados por la Asamblea Nacional tras un debate, y reciben la sanción real el día 15; finalmente el artista vence, por amplísima mayoría, en un segundo concurso: el del grabado de los diseños, fallado por la Academia de pintura y escultura el 9 de julio siguiente (Rosine Trogan & Philippe Sorel: op. cit., p. 28).
Como culminación de una trayectoria profesional magnífica, el artífice de los reversos de las nuevas piezas de 3 y 6 dineros, 2, 15 y 30 sueldos, ½ y 1 escudo, y 24 libras, obtiene el cargo de Graveur général, ocupado desde 1774 por Benjamin Duvivier (el nuevo nombramiento es sancionado por el rey el 28 de julio de 1791).
Rosine Trogan y Philippe Sorel (op. cit., p. 27) ponen de relieve la excepcionalidad del primero de los concursos citados, que dejaba en manos de los artistas una decisión políticamente tan significativa:
Il [concurso de los diseños] présente une originalité majeure : contrairement aux concours académicistes et publics antérieurs et postérieurs, il revient aux concurrents d'inventer les thèmes mêmes de leurs œuvres, ce qui, pour des monnaies, monuments nationaux s'il en est, est une décision réellement révolutionnaire de la part d'une assemblée nationale. Sans doute cette décision traduit-elle l'incapacité d'une assemblée politiquement très divisée à s'entendre sur le choix de types monétaires.
5.2.1 El fasces y la pica
Dejado sentado que sin Augustin Dupré, y sin la pluralidad de los revolucionarios, nada hubiera sido igual en la historia numismática de la Revolución Francesa, podemos detenernos ya en el motivo iconográfico principal del reverso de la pieza que analizamos: un fasces o haz de varas, que conforma un cilindro atado con cintas y es atravesado por una pica o lanza (Fig. 14).
Fig. 14

La figuración del fasces en uno de los instrumentos utilizados por el poder revolucionario para (re)presentarse ante los ciudadanos, les citoyens, atestiguaba la admiración de los dirigentes franceses del momento por la Roma antigua, en cuyo régimen político pretendían encontrar inspiración y ejemplo imperecedero: no se trataba de ninguna casualidad, puesto que como señaló Florencio Hubeñak (Roma. El mito político. Buenos Aires: Ediciones Ciudad Argentina, 1997, p. 422),
«Tampoco el Siglo de las Luces abandonó el mito de Roma, [...] pero alteró su enfoque retornando, a la manera de los pensadores protestantes ya citados, el modelo de la República romana en perjuicio del Imperio, convirtiéndolo en un verdadero culto».
En efecto, y en la vigilia de la Revolución Francesa, los intelectuales, «animados por instancias de libertad y justicia», vieron en la república romana la imagen de la libertad (Eva Cantarella: El peso de Roma en la cultura europea. Madrid: Akal, 1996, p. 13). Se trataba en todo caso de una Roma muy idealizada, una especie de Arcadia que habría existido con anterioridad a la instauración de Augusto en el gobierno imperial y a la influencia del cristianismo. Los mentores de la Revolución, así, miraban fascinados hacia la Roma victrix narrada por el historiador griego Polibio y contemplaban arrobados el derecho público romano.
Lo dicho para Roma también vale para Grecia (para Atenas y Esparta), convertida igualmente en modelo del activismo revolucionario. No hace muchos años Michel Dubuisson reverdeció al respecto las palabras de un testigo de finales del siglo XVIII, Velney: éste, tras la etapa del Terror jacobino, se mostró harto del obsesivo culto a la antigüedad de quienes habían sumido a Francia en el extremismo. Y sus palabras no tienen desperdicio:
Nous leur reprochons l’adoration superstitieuse des Juifs et nous sommes tombés dans une adoration non moins superstitieuse des Romains et des Grecs ; nos ancêtres juraient par Jérusalem et la Bible ; et une secte nouvelle a juré par Sparte, Athènes et Tite-Live. Ce qu’il y a de bizarre dans ce nouveau genre de religion, c’est que ses apôtres n’ont même pas eu une juste idée de la doctrine qu’ils prêchent et que les modèles qu’ils nous ont proposés sont diamétralement opposés à leur énoncé ou à leur intention; ils nous ont vanté la liberté, l’esprit d’égalité de Rome et de la Grèce, et ils ont oublié qu’à Sparte une aristocratie de trente mille nobles tenait sous un joug affreux deux cent mille serfs ; [...] qu’à Athènes, ce sanctuaire de toute liberté, il y avait quatre têtes esclaves contre une tête libre ; [...] que l’inégalité politique et civile des hommes était le dogme des peuples, des législateurs ; [...] ils ont oublié (…) que dans ces prétendus états d’égalité et de liberté tous les droits politiques étaient concentrés aux mains des habitants oisifs et factieux des métropoles, qui dans les alliés et associés ne voyaient que des tributaires. [...] et qu’il ne manque à ces Grecs et à ces Romains tant prônés que le nom de Huns et de Vandales pour nous en retracer tous les caractères. Guerres éternelles, égorgements de prisonniers, massacres de femmes et d’enfants, factions intérieures, tyrannie domestique, oppression étrangère [...].
Piénsese que el revolucionario jacobino Saint Just llegó a decir cosas como
Le monde est vide [vacio] depuis les Romains; mais leur mémoire le remplit et prophétise le nom de liberté.
O, incluso, Que les hommes révolutionnaires soient des romains. Otro revolucionario francés, Babeuf, llegó a cambiarse dos veces de nombre en homenaje a personajes históricos romanos con quienes se identificaba políticamente (Peter McPhee: Revolución Francesa, 1789-1799. Una nueva historia. Barcelona: Crítica, 2003, pp. 86 y 183).
Sea como fuere, hubo excepciones a aquella recurrente inspiración de los revolucionarios en teorías jurídicas y hechos acaecidos miles de años atrás: Condorcet ―uno de los philosophes ilustrados, activo revolucionario, teórico del gobierno republicano y fallecido en la cárcel (y en extrañas circunstancias) durante el Terror robespierrista― elaboró un discurso racionalista sin ataduras con el pasado griego o romano y sin influencias aparentes de las repúblicas existentes en la Europa de finales del siglo XVIII (los Países Bajos septentrionales, Ginebra, Venecia...). En Condorcet le langage du républicanisme est, on le voit, celui des droits, de la raison et de la répresentation, y conformaba un discurso propio de la modernité et du progrès social, le discours individualiste et de la société civile. Por lo tanto, la república defendida por Condorcet
n’en devait pas moins être très différente de la première république moderne, l’américaine (Keith M. Baker: «Condorcet ou la république de la raison», en François Furet & Mona Ozouf (eds.): Le siècle de l’avènement républicain.París: Gallimard, 1993, p. 243).
Si volvemos al reverso de los dos sueldos constitucionales de Luis XVI, románofilo sin duda posible, se debe recordar que los fasces, portados por los líctores romanos u oficiales públicos que escoltaban a los magistrados (particularmente cónsules y pretores), habían sido el símbolo físico del poder de quienes gobernaban a orillas del Tíber tras ser elegidos por el «pueblo»:
«Cuando los magistrados salían de la ciudad se colocaba en su centro un hacha (segur), símbolo del poder que tenían para ejercer justicia (incluso la de condenar a la pena de muerte), siempre en nombre del pueblo romano que les había elegido. Como puede verse en las fasces se une lo romano institucional, es decir, el pueblo decide democráticamente a quien entrega el poder y la fuerza para ejercerlo (representado por las fasces), que debe ejercer en su nombre; y al mismo tiempo una leyenda clásica, una vara es muy fácil de romper, pero un haz de varas es imposible, es decir, la unión hace la fuerza, por lo cual no se van a aceptar los particularismos ni los separatismos. Francia es una y única y su fuerza para vencer a sus enemigos viene de esa unidad.
En esta representación francesa las fasces llevan en su centro una pica, la típica arma del pueblo durante la Revolución, que ya apareció en la toma de la Bastilla y luego fue frecuentemente utilizada en las revueltas populares, especialmente en París» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 131; más información en Michel Pastoureau: op. cit., pp. 117-120).

5.2.2 El gorro de la libertad
Aquí el faisceau atravesado, definido en la citada ley monetaria del 9 de abril de 1791 como emblema de l’union et de la force armée, está coronado por otro emblema de orígenes antiguos: el conocido como gorro frigio (bonnet phrygien) o gorro de la libertad (bonnet de la liberté), identificado con el proceso de liberación de esclavos en la Antigüedad romana:
«En la antigua Grecia existía un gorro alto y cónico llamado pileo, que los romanos copiaron con el nombre de pileus y en Roma significaba la libertad individual, siendo por ello utilizado especialmente por los libertos (antiguos esclavos manumitidos) su forma era muy similar a la del gorro frigio (de forma cónica o en cuerno y con la extremidad hacia adelante), utilizado por este pueblo de Asia Menor y frecuentemente representado en rojo, por esta razón a finales del siglo XVIII se usaba indistintamente el nombre de gorro frigio para designar al pileus romano, el gorro de la libertad, y de hecho cunado se quería representar al segundo se solía utilizar la iconografía del primero. En cualquier caso, los revolucioonarios lo escogieron como uno de los símbolos preferidos, alegando que Francia era un pueblo de esclavos, y que tras la Revolución se había convertido en una Nación de hombres libre, y para simbolizar este cambio se puso de moda usar el gorro rojo como hacían los libertos de la antigua Roma con el pileus. Este gorro fue el símbolo por excelencia de la Libertad conquistada por la Nación» (José María de Francisco Olmos: op. cit., pp. 131-132; más información en Michel Pastoureau: op. cit., pp. 43-49).
Fig. 15. Famosa estampa de la Revolución Francesa dedicada a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente el 26 de agosto de 1789. En el centro de la misma puede verse la mixtura del gorro de la libertad, el haz y la pica que aparecerá en los diseños de los reversos de las monedas revolucionarias «constitucionales» de 2 sueldos y, también, de 12, 6 y 3 dineros (es decir, la mitad, la cuarta parte y la octava respectivamente).

5.2.3 La corona de roble
Pero el contenido iconográfico del reverso de esta moneda no concluye con el motivo central formado por el faisceau, la pique y el bonnet de la liberté: a su alrededor observamos, realizada en estilo neoclásico, una corona formada por dos ramas de roble (chêne) con las correspondientes hojas lobuladas y bellotas. El roble, debe recordarse, ha sido tradicionalmente atributo de la fuerza física o moral en la cultural occidental (Guy de Tervarent: Attributs et symboles dans l'art profane: dictionnaire d'un langage perdu (1450-1600). Ginebra: Droz, 1997, segunda edición, p. 118).
En el informe del Comité des monnaies creado por la Asamblea Nacional, los autores se refirieron a una couronne civique como uno de los motivos que habían de ornar las piezas de metal no noble (Henri Petit: op. cit., p. 9), y en la ley del 15 de abril de 1791 (decreto del día 9) dicho elemento se describiría como couronne de chène (art. 7).
José María de Francisco Olmos (op. cit., p. 132) afirma que
«Esta corona era una antigua condecoración romana llamada Corona Cívica, que se entregaba al ciudadano romano que había salvado la vida a otro en una acción de guerra» y que «El simbolismo [del diseño en la moneda] de nuevo busca fomentar la unión de todos los ciudadanos de la Nación, que deben luchar juntos contra sus enemigos y a la vez estar dispuestos a salvar la vida de sus conciudadanos en cualquier circunstancia».
Para acabar este apartado, incidir en el hecho de que la corona de roble, tal y como está realizada aquí por Augustin Dupré, cumple también una función estética, puesto que permite «rellenar» la composición de una forma muy equilibrada (Fig. 16).

Fig. 16. Reverso de los dos sueldos constitucionales de Luis XVI con la representación del haz de varas, la pica, el gorro de la libertad y la corona de ramas de roble.
En una alegoría revolucionaria obra de Nicolas Henri Jeaurat de Bertry (conservada en el Musée Carnavalet de París) puede apreciarse una pequeña corona vegetal, plausiblemente confeccionada con hojas de roble, incorporada al conjunto del haz, la pica y el gorro. La estampa incluye ―entre otros emblemas y elementos― un medallón con el retrato de Jean-Jacques Rousseau.

5.2.4 La leyenda de la mitad superior
En el apartado epigráfico del reverso que contemplamos, la inscripción mayor reza «LA NATION LA LOI LE ROI» (Fig. 16). Dicha expresión ―o «LA LOI (ET) LE ROI»― también podía aparecer sobre el papel moneda contemporáneo (Fig. 17).
Fig. 17. Detalle de la esquina superior derecha del assignat ya reproducido (Figs. 2 y 12), con la triple referencia a la Nación, a la Ley y al Rey. El parlamento incorporará esta inscripción en su sello, y dejará de utilizar la leyenda con la mención exclusiva a la Ley y al Rey por decisión promulgada el 19 de septiembre de 1791 (aunque aprobada el 15, al día siguiente de que Luis XVI aceptara públicamente la Constitución) (Assemblée nationale: «15 SEPTEMBRE ═ 19 OCTOBRE, 1791. —Décret portant que le sceau dont le Corps-Législatif se servira, portera ces mots: la Nation, la Loi et le Roi (L. , t. VI, p. 519 ; B., t. XVIII, p. 26)» en J. B. Duvergier: Collection complète des lois, décrets, ordonnances, réglemens, et avis du Conseil-d'État, Tome troisième. París: Guyot et Scribe, 1824, p. 329).
En el informe del Comité des monnaies dado a la luz el 9 de abril de 1791, se decía poco de la leyenda del reverso de las piezas de cobre (la Nation, la Loi et le Roi, que también debería hacerse presente sobre los cantos de las mayores piezas de plata ―y sobre el de la de oro― acuñadas con diseños constitucionales): se señalaba que dicha divisa expresaba a la vez le droit et les devoirs du peuple (Henri Petit: op. cit., p. 9) pero, en cualquier caso, «la Nación, la Ley, el Rey» ―finalmente sin la «y» entre Ley y Rey― era una inscripción de clara inspiración rupturista, puesto que mostraba le déplacement révolutionnaire de la souveraineté, el desplazamiento revolucionario de la soberanía.
En efecto, el rey aparecía nombrado en último lugar ―esto era extremadamente significativo― tras la nación (la nación francesa, depositaria única de la soberanía) y la ley (emanada de la nación a través de sus representantes). Nación y ley a las que, recordémoslo, el monarca tuvo que jurar fidelidad el 14 de septiembre de 1791... e incluso antes: lo había hecho por primera vez en el transcurso de la llamada Fiesta de la Federación, celebrada en París el 14 de julio de 1790, durante el primer aniversario de la toma de la Bastilla (en paralelo a como procedieran el popular general La Fayette y los centeneares de miles de personas presentes, destacadamente los miembros de la Guardia nacional).
En la Constitución de 1791 el serment civique, el juramento cívico utilizado por los revolucionarios y que incluía el compromiso de permanecer fiel à la Nation à la Loi et au Roi, sería definido en el artículo quinto del título segundo, y aparecería citado en varias ocasiones vinculado con la adquisición de la condición de ciudadano francés y con el ejercicio de derechos políticos, de empleos y de dignidades. Con anterioridad, la fidelidad a la Nación, a la Ley y al Rey también se había exigido en las leyes revolucionarias: por citar el ejemplo más famoso, a párrocos y obispos mediante el juramento previsto en el título segundo de la Constitución civil del clero (aprobada el 12 de julio de 1790 por la Asamblea Nacional Constituyente).
Esta «pasión» por los juramentos ―con ecos del mundo antiguo en general y del romano en particular (recuérdese al respecto el enorme éxito de la pintura de Jacques-Louis David, El juramento de los Horacios, acabado en 1785)― se prolongará en Francia durante las posteriores etapas republicana e imperial napoleónica, y más allá, y constituye un magnífico ejemplo de la importancia ―política y social― que llegaron a tener los actos que han podido ser definidos como el «mayor ritual del Derecho europeo».
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5.3 UN REVERSO CON LA MONARQUÍA EN ÚLTIMO LUGAR...
Y LA RELIGIÓN CRISTIANA EN NINGUNO
Volvamos a la citada leyenda del reverso de los dos sueldos constitucionales, y digamos que debió resultarle «humillante» a un monarca con las posiciones ideológicas de Luis XVI ―contrario a los sucesos revolucionarios iniciados en 1789 y a los frutos políticos de dicha agitación:
«el rey, tras aceptar guardar y defender esta Ley, se convierte en el primer ciudadano de la Nación y en su representante, queda claro entonces que el rey no está por encima de la ley, sino que debe acatarla y que sólo mantiene su posición en tanto en cuanto la defiende y guarda» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 129).
La trina y revolucionaria referencia a la Nation, a la Loi y al Roi, además de todo lo dicho, contrastaba muy perceptiblemente con las inscripciones religiosas que ―desde la Baja Edad Media― habían ornado las monedas de oro y de plata de los «cristianísimos» reyes de Francia: «Cristo reina, vence, impera» (Fig. 13) o «Bendito sea el nombre del Señor» (Fig. 18), frases figuradas con o sin abreviaturas y escritas en latín, plurisecular idioma del cristianismo católico y de la cultura europea de élite.

Fig. 18. Reverso o «cruz» del ya traído a colación escudo de plata acuñado en Lyon a nombre de Luis XIV , el Rey Sol, en 1715.
La inscripción «SIT·NOMEN·DOMINI·BENEDICTVM», es decir, Bendito sea el nombre del Señor, se encuentra en el Libro de los Salmos del Antiguo Testamento (Salmo CXIII, 2), y apareció sobre las piezas francesas en tiempos de Carlos VI (1380-1422). Entonces sustituyó a la frase que, desde el reinado de Luis IX el Santo (1226-1270), había figurado en diversas monedas de plata y vellón (destacadamente, en el gros tounois acuñado por primera vez en 1266): «BENEDICTVM : SIT : NOMEN : DOMINI : NOSTRI : DEI : IHESV : CHRISTI», o sea, Bendito sea el nombre de Nuestro Señor Dios Jesucristo.
En el escudo de plata de la imagen, la pía leyenda rodea a un motivo hipermonárquico francés, dispuesto en forma de dos triángulos invertidos y concéntricos: tres coronas reales diademadas y flordelisadas, y tres flores de lis..
Que el alejamiento respecto a las leyendas latinas tradicionales, de matriz devota, se debió a una decisión muy consciente ―y madurada― queda acreditado por el hecho de que el 11 de enero de 1791, tres meses antes de la promulgación de la ley que describiría las nuevas monedas, la Asamblea Nacional Constituyente ya había requerido a su Comité des monnaies para que le presentara a la mayor brevedad ses vues sur la légende qu'il convient de substituir aux anciennes en las piezas previstas... (Henri Petit: op. cit., p. 7). Y también es cierto que hubo espacio para el debate: Jean Mazard lo resumió diciendo que
Un débat s'était institué sur le maintien, sur les monnaies, de la vieille incantation royale « SIT NOMEN DOMINI BENEDICTVM » ; elle fut en definitive écartée ; celle plus conforme aux temps nouveaux : « RÈGNE DE LA LOI » [«REINADO DE LA LEY», sobre las monedas de plata y la de oro], l'emporta (Histoire monétaire et numismatique contemporaine 1790-1963. Tome I, 1790-1848. París & Basilea: É. Bourgey & Monnaies et Medailles, 1965, p. 34).
Henri Petit (op. cit., pp. 7-10) se explayó muchísimo más en este asunto, dado que transcribió contenidos literales de las discusiones tomados del periódico Gazette nationale, ou le Moniteur universel. Es muy interesante conocer las líneas discursivas enfrentadas, expuestas ante la Asamblea el 11 de enero y el 9 de abril de 1791, y creo oportuno copiarlas mayormente (a pesar de su notoria extensión). En cualquier caso, la controversia se dió entre quienes aspiraban a la «modernización» y nacionalización (en el sentido contemporáneo) de Francia, y quienes pugnaban por el mantenimiento de la confesionalidad de Estado y la ostentación de las tradiciones monárquicas y religiosas más acendradas, sin olvidar que dichas opciones eran encarnadas, respectivamente, por la burguesía emergente y quienes se aliaron a ella, y por los antiguos privilegiados que no abrazaron los ideales de 1789:
11 de enero de 1791
- M. BELZAIS - COURMENIL [portavoz del Comité des monnaies] : "Vous adopterez, sans doute, l'idée que je vous propose de substituer à l'ancienne légende une légende plus nationale et conçue en langue française [es decir, no cristiana y no en latín]. Le peuple préfèrera les pièces dont l'inscription ou l'empreinte l'affecteront de manière plus agréable et cette préférence contribuera à rendre la concurrence plus dásavantageuse à l'ancienne monnaie...".
- M. L'ABBE MAURY [eclesiástico monárquico] : "On voudrait que l'inscription fut faite en langue française. Il faudrait concevoir la possibilité de faire une inscription française assez peu étendue ; mais ce n'est pas sans raison que toutes les nations ont adopté, pour les inscriprions, les langues anciennes. Les articles, les verbes auxiliaires de notre langue sont tellement multipliés qu'on ne saurait écrire sans beaucoup de mots une phrase qui ait quelque sens. D'ailleurs le peuple ne compte les inscriptions pour rien. Il examine le titre des monnaies, leur valeur, la recommandation que leur donne la volonté nationale ; mais voilà tout...". [La línea discursiva final resulta muy contradictoria con lo que este mismo personaje ―como ya se ha reflejado en el punto 2.1 de este post y se contiene en el siguiente párrafo― afirmará tres meses más tarde, cuando atribuya una enorme y negativa trascendencia social a la descristianización de los diseños (motivos e inscripciones) de las monedas]
[...]
9 de abril de 1791
- M. L'ABBE... (le Moniteur ne nomme pas l'interpellateur, mais il doit s'agir de l'ABBÉ MAURY, bouillant defenseur de la monarchie). Vous proposera-t-on toujours de supprimer ce que porte quelque empreinte de la religion ? (il s'élève les murmures). Je demande qu'on conserve quelque chose de ces anciens emblèmes qui nous rappellent nos devoirs envers la Divinité. Un Etat doit, comme un individu, donner publiquement des preuves de sa religion... que signifie cette précieuse inscription "SIT NOMEN DOMINI BENEDICTUM", que le nom de Dieu soit béni ? C'est un témoignage public de reconnaissance envers la providence paternelle qui multiplie tous les signes nécessaires à nous procurer des subsistances. Je demande que cette inscription soit conservée.
- M. CHATEAU - RENAUD : Je demande au contraire que l'on adopte l'empreinte du génie de la France [sobre las monedas de plata], idée qui me paraît sublime et religieuse.
- M. GOUPIL : ... Quan nous réclamons la raison, la justice, on nous dit que nous oublions la divinité. Est-ce bien un théologien qui peut mettre en doute que le verbe divin est la raison universelle ?... On vous propose, sous la faveur de son antiquité, une légende latine. Cette légende, tout le monde l'a dans son coeur ; mais tous les sentiments que l'homme porte en lui-même doivent-ils être gravés sur les monnaies ? Mais le peuple entend-il la légende latine ; et la raison ne doit-elle pas mettre un terme à cet usage absurde de célébrer le nom de la divinité dans une langue que nos frères ne connaissent pas et qui ne leur transmet ni idées, ni sentiments ? (on applaudit) Je demande si cet usage, parce qu'il subsiste encore dans nos temples, doit être consacré pour nous nouvelles monnaies.
[...]
- M. BOUCHE clôt la controverse en ces termes : "On n'a pas dit la bonne raison ; c'est que le "SIT NOMEN DOMINI BENEDICTUM" est bon pour ceux qui ont beaucoup de louis [monedas de oro con valor de 24 libras] dans leur poche, et nous n'avons que du papier [los assignats]. Je pense, au reste, que si la nouvelle monnaie ne plaît pas aux ecclésiastiques, ils feront bien de s'en passer".

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6. UN AÑO,
DOS FECHAS
Estamos concluyendo el análisis pormenorizado de una moneda que, efectivamente y a través de sus elementos iconográficos y epigráficos, nos cuenta mucho más de lo que ―en principio― pudiera parecer. Ahora nos detenemos en el hecho de que esta pieza ostenta un doble sistema de datación: en primer lugar, debe observarse que en la parte inferior del anverso, bajo el busto, aparece ―en chiffres arabes, en números arábigos, como figura en la ley del 9 de abril de 1791― el año de acuñación según el histórico calendario cristiano gregoriano («1791» años solares transcurridos desde la fecha fijada para el nacimiento de Cristo) (Fig. 19).
Fig. 19. Con posterioridad al hundimiento del orden romano en Europa occidental, la incorporación a las monedas de la fecha de acuñación tardaría siglos en generalizarse, correspondiendo la «primogenitura» a un óbolo toledano del año 1066. http://www.medievalcoinage.com/ En Francia la datación no llegará hasta 1478, en la amonedación de Ana de Bretaña, pero la continuidad ―tras un ensayo de Francisco I en 1532 y acuñaciones iniciales de Enrique II― no se establecerá hasta 1549, en el reinado de este último rey (Jean-Claude Pruja: op. cit., p. 31., José María de Francisco Olmos: op. cit., pp. 87-88 & Pierre Cosigny: op. cit. p. 85).
En el reverso, en la parte inferior, vemos un testimonio del primer calendario revolucionario francés, que comenzaba el cómputo desde la Toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, y hablaba de «años de la libertad» (es decir, que el primer año de la libertad se extendió entre el 14 de julio de 1789 y el 13 de julio de 1790).
Pero los problemas que se derivaban de los desajustes con el calendario gregoriano tradicional, que como es sabido transcurre entre el 1 de enero y el 31 de diciembre, no se hicieron esperar, y el 2 de enero de 1792 la Asamblea Nacional Legislativa dispuso que los años de la libertad deberían contabilizarse no desde el 14 de julio de 1789, sino desde el 1 de enero de dicho año. En todo caso esta medida correctora tuvo muy corto recorrido: con el adevenimiento de la República (el 22 de septiembre de 1792) se instauró otro calendario...
En la pieza que nos ocupa, la inscripción «L’AN 3 DE LA LIBERTÉ·» remite al año que ―en el momento del diseño y comienzo de acuñación de la pieza― se consideraba iniciado el 14 de julio de 1791 (Fig. 20).
Fig. 20. «Los revolucionarios franceses hicieron desde el comienzo mucho hincapié en que la Revolución suponía una transformación radical de la sociedad, tan importante que merecía ser recordada con un cómputo especial, por ello hicieron varias modificaciones cronológicas que aparecerán reflejadas en sus monedas e inclluso en la vida diaria. [...] Así aparece [...] la llamada ERA DE LA LIBERTAD. Teóricamente se inicia con la Toma de la Bastilla por el pueblo de París el 14 de julio de 1789, significa el fin del absolutismo y el inicio del camino que llevaría a la Constitución y a la instauración de un régimen de libertades grantizado por una ley igual para todos. Se tiene constancia de que algunos escritos se fecharon ya en el día segundo de la Libertad (15 de julio de 1789) [...]» (José María de Francisco Olmos: op. cit., p. 132).
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7. LOS PEQUEÑOS SIGNOS
DE LAS MONEDAS
TAMBIÉN NOS CUENTAN COSAS.
POR EJEMPLO,
EN QUÉ CIUDAD SE PRODUJO
LA ACUÑACIÓN
Aparte de lo dicho debe tenerse en cuenta que otros signos de pequeño tamaño presentes sobre esta moneda, discretamente ubicados, pueden aportarnos algunas informaciones complementarias. Es el caso de la letra be mayúscula entre puntos («·B·») situada bajo el busto real, a la derecha de la fecha de 1791: las piezas de dos sueldos se acuñaron por toda Francia, tanto en casas de moneda existentes con anterioridad a la Revolución, como en talleres monetarios establecidos entonces con carácter de emergencia, pero la presencia de esta letra «B» nos indica que la pieza fue acuñada en una de las antiguas casas de la moneda de Francia, la de Ruan o Ruán (Rouen), en Normandía (Fig. 21).
Fig. 21. Durante la Antigüedad grecorromana se llegó a indicar explícitamente, en la superficie de las piezas monetarias, la ceca o casa de moneda donde se acuñaban las piezas. En lo que se refiere al territorio actualmente francés, los reinos germánicos continuaron dicha tradición y, con posterioridad y durante siglos, las marcas de los correspondientes talleres se incorporaron a los diseños de las monedas: es por ello que el nuevo numerario revolucionario compartía con el antiguo el añadido de una referencia al lugar de fabricación mediante letras o monogramas específicos (por ejemplo la capital del reino, París, siguió utilizando como elemento identificador, como «marca», una letra a mayúscula).
También puede llamarnos especialmente la atención el pequeño Agnus Dei, o Cordero de Dios, que figura a la izquierda de la fecha de 1791, en el anverso (Fig. 22):


Fig. 22
Este símbolo es el emblema que utilizó el director de la casa de moneda de Ruan entre 1786 y 1794, Joseph Lambert (Victor Gadoury: Monnaies Françaises 1789-1989 «Spéciale Bi-Centenaire». Monte-Carlo: Victor Gadoury, 1989, p. 14). De esta manera se acreditaba públicamente que la emisión se había realizado bajo su mandato: la identificación de los responsables de la fabricación de monedas ―en Francia y en otros países― se convertía en algo muy importante cuando, por ejemplo, se detectaba un fraude en el peso de las acuñaciones de oro o plata, o en la proporción del metal precioso utilizado en las mismas respecto al contenido total (dicha proporción se conocía como la «ley» o el «fino» de la moneda, titre en francés).

El capítulo de pequeños signos contenidos en esta pieza concluye con una vieira o concha de peregrino jacobeo, o coquille de Saint-Jacques, referencia a Jean-Jacques-Claude Jacques, el grabador de la ceca de Ruan entre 1787 y 1794. Este símbolo aparece en el reverso entre los puntos situados tras las palabras «ROI» y «LIBERTÉ» (Daniel Diot, Michel Prieur & Laurent Schmitt: Argus des monnaies françaises de la Révolution. 1789-1794. París: Les Chevau-Légers, 1996, p. X) (Fig. 23).

Fig. 23
La indicación en las piezas francesas de la identidad de los directores de las casas de moneda, y de los grabadores de las mismas, no era tampoco una innovación de la Revolución: se trataba de uno de los elementos presentes tanto en las acuñaciones de la monarquía francesa tradicional como en las de la nueva, constitucional, limitada en sus poderes por los revolucionarios y finalmente abolida (de facto el 10 de agosto de 1792 y de iure el 21 de septiembre del mismo año).
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8. FRANCIA EN 1791:
ALGUNOS ACONTECIMIENTOS DEL AÑO EN QUE SE ACUÑÓ ESTA MONEDA
►El 20 y 21 de junio se produce la conocida como Fuga de Varennes, o intento frustrado de huída de París de la familia real: los reyes son descubiertos en la localidad de Varennes y devueltos a la capital francesa.
Esta fuga, que pone de relieve el miedo, el enojo y el doble juego de Luis XVI ante el proceso iniciado en 1789, aumenta en mucho la desconfianza de los revolucionarios hacia el rey. Antes de un mes ―el 17 de julio― tiene lugar en París la llamada Masacre del Campo de Marte, donde pierde la vida una cincuentena de personas contrarias al monarca.
No obsante todo lo acaecido, y en aras de lo que hoy se llamaría «estabilidad institucional», algunos dirigentes de la Revolución (temerosos de una radicalización inmediata de la situación) deciden «salvar» la figura de Luis XVI ante la opinión pública, y se llega a afirmar que el rey fue secuestrado durante aquellos días de junio y que, por lo tanto, la fuga no había sido tal.
►El 27 de agosto, Leopoldo II de Austria y Federico Guiilermo II de Prusia hacen pública la Declaración de Pillnitz, en defensa del rey de Francia y de un gobierno no atentatorio a los derechos de la monarquía gala. Aunque el documento incluye un amago de uso de la fuerza, no pretende desencadenar el conflicto armado con los revolucionarios franceses.

►El 3 de septiembre la Asamblea Nacional Constituyente aprueba finalmente la primera Constitución francesa, fruto de los debates celebrados desde el verano de 1789. Luis XVI, tras aceptar el texto el día 13 y jurar su mantenimiento el día 14, se convierte en el rey constitucional de los franceses.

►A mediados del mes de septiembre se publica la Déclaration des droits de la femme et de la citoyenne, de la pensadora occitana Olympe de Gouges.
Con este escrito, el feminismo francés y occidental dispone de un texto reivindicativo articulado, ignorado o despreciado por la mayoría de los protagonistas masculinos de la Revolución Francesa. Este hecho pone de relieve las actitudes misóginas de aquellos dirigentes, y los dibuja como varones renuentes a aplicar a las mujeres buena parte de los derechos contenidos en la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, aprobada el 26 de agosto de 1789.

►El día 1 de octubre se inician las sesiones de la Asamblea Nacional Legislativa, el parlamento previsto en la Constitución acabada de promulgar. Desde el punto de vista de determinados sectores de la sociedad (incluido el propio rey, que realiza una proclama el 28 de septiembre), la Revolución en Francia ha concluido, pero este desideratum está lejos de hacerse realidad a tenor de los hechos sucedidos durante los meses y años siguientes.
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9. LA REVOLUCIÓN FRANCESA
EN INTERNET. UNA SELECCIÓN
Abreviaturas utilizadas para indicar las lenguas de las direcciones de internet:
ca: CATALÀ (catalán),
de: DEUTSCH (alemán),
en: ENGLISH (inglés),
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pt: PORTUGUÊS (portugués).
Historia
de la Revolución Francesa
fr Archives nationales
Fonds d’archives

http://www.archivesnationales.culture.gouv.fr/chan/index.html
► documents en ligne :
Images numérisées de documents d’archives dans la base ARCHIM

Documents sur la Révolution française de 1789
Florilège - les grands documents de l'histoire de France
Les collections iconographiques du musée

Constitutions de la France de 1789 à nos jours
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Júlio Silva, Mateus Batista & Sérgio Costa
http://www.webartigos.com/articles/20079/1/a-revolucao-francesa/pagina1.html
pt A Revolução Francesa de 1789
Fábio Costa Pedro & M. A. Fonseca Coulon
pt A Revolução Francesa e seu eco
Michel Vovelle
ca Comentari de text: La Declaració dels Drets de l’Home i del Ciutadà
Pepe García
http://iesgc.balearweb.net/post/46432
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fr Déclaration des droits de l’homme et du citoyen du 26 août 1789. Travail de séminaire en histoire du droit
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it Donne e diritti umani nel contesto della rivoluzione francese
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fr Amis du Franc, ADF: Les articles numismatiques:
La monnaie et l’histoire
en + fr Coin collection
Vern McCrea
en + fr Coins of the French Revolution and First Empire +
France
Vern McCrea
fr Du franc à l'euro : changements et continuité de la monnaie. Une histoire illustrée de notre monnaie.
Plan de la visite guidée
fr Édits, arrêts, ordonnances monétaires de l'autorité royale et des cours souveraines de Hugues Capet à Louis XVI
Recherche par règne: Louis XVI (1774-1793)
o/ou/or
Recherche par période chronologique: 1774-1793 (Louis XVI)
en French coins.
History of the coins of France
en + fr Hennin's Histoire numismatique de la révolution française
Vern McCrea
fr InfoNumis.
Le site de la numismatique française moderne 1789-2001
fr La collection idéale.
Les plus belles monnaies françaises
fr La monnaie sous la Révolution
Benoît Quennedey
fr Le franc
fr Le franc germinal (1803-1914)
fr Numismatique des rois de France
fr PIECE DE LOUIS XVI 2 SOLS CONSTITUTION 1792
fr Typologie et symbolique des monnaies contemporaines
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fr Une Brève Histoire du Franc de 1360 à 1803
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Site dédié aux 5 Francs Union et Force
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10. UNA PEQUEÑA BIBLIOGRAFÍA SOBRE LA
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en: ENGLISH (inglés),
es: ESPAÑOL / CASTELLANO (español / castellano),
fr
: FRANÇAIS (francés).
Cuando, tras el código lingüístico, aparece una erre mayúscula roja (R), quiere indicarse que la obra se enmarca en la corriente de pensamiento reaccionaria, e incluye manifestaciones integristas religiosas, homófobas, etc.Francia entre 1789 y 1799
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PROCEDENCIA DE LAS IMÁGENES
• Las imágenes de los dos sueldos constitucionales de Luis XVI con la leyenda «FRANÇOIS», del escudo de plata de Luis XIV y del luis de oro de Luis XV, proceden del catálogo en internet de una subasta realizada el 9 de febrero de 2009 por la firma alemana WAG (Westfälische Auktionsgesellschaft für Münzen und Medaillen):
http://www.sixbid.com/nav.php?p=viewlot&sid=111&lot=1117
http://www.sixbid.com/nav.php?p=viewlot&sid=111&lot=1110
http://www.sixbid.com/nav.php?p=viewlot&sid=111&lot=1115
• Las imágenes del assignat, de los retratos pictóricos de Luis XIV y Luis XVI, y de la Declaración de derechos de 1789, provienen de wikipedia:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/1f/Assignat_de_15_sols.jpg
http://fr.wikipedia.org/wiki/Fichier:Louis_XIV_of_France.jpg
• La imagen del grabado de la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert es accesible en esta dirección de internet:
http://portail.atilf.fr/cgi-bin/getobject_?a.143:10./var/artfla/encyclopedie/textdata/IMAGE/
• La imagen del grabado Né pour la peine se encuentra en esta dirección de internet:
http://maria-antonia.justgoo.com/les-caricatures-et-representations-revolutionnaires-f35/images-de-la-revolution-t1148.htm
• La imagen del fragmento de los dos sueldos constitucionales de Luis XVI con la leyenda «FRANÇAIS» proviene del catálogo en internet de una subasta realizada el 7 de noviembre de 2008 por la firma francesa iNumis:
http://www.sixbid.com/nav.php?p=viewlot&sid=84&lot=2634